CARIDAD

Caridad como amor a Dios

 

La venerable Virginia Blanco

La espiritualidad de Virginia, ya desde niña, estuvo siempre impregnada de la caridad que vivió en su casa y en los sacerdotes y religiosas con los que se relacionaba. El centro de su vida era el amor de Dios hacia ella, al que correspondió amándole con todo el corazón y también amando a los prójimos, y especialmente sirviendo con desinterés y esmero a los pobres. Virginia vivía la palabra de Jesús: “El que me ama cumplirá mis mandamientos” (Gv 14, 21). El amor a Dios con todo el corazón y al prójimo como a uno mismo. Ella se esforzó en cumplir a cabalidad el mandamiento de amor a Dios. Al estar tan centrada en Dios, toda su vida giraba en torno al cumplimiento de los mandamientos de Dios y de la Iglesia. Cumplía fielmente los mandamientos del amor a Dios según las normas de la Iglesia. Era completamente meticulosa en el cumplimiento de los mandamientos del Señor y de la Iglesia. A algunas personas les parecía excesivo.
La Sierva de Dios se dedicaba totalmente a las “cosas de Dios”, centrándose sobre todo en la persona de Jesús, viviendo intensamente su unión con Él como el centro de su vida. No había un momento, bien sea en clases o en la misa, que Virginia no estuviera continuamente unida a Dios. Era tan grande el amor a Jesús que quería seguir sus pasos no solo ella sino todos, viviendo la fe, la esperanza, la caridad. Estaba totalmente entregada a la vida espiritual, al servicio de Dios y a las obras de caridad.

La Capilla de Virginia

Virginia llevaba una vida dedicada a la oración. Rara vez acudía a alguna celebración social y de ninguna manera si eran mundanas. Frecuentaba mucho la capilla con el Santísimo que tenía en su casa con la debida autorización episcopal. Su ejemplo llamaba mucho a otras personas a vivir la religión, porque siendo ella una persona conocida y digna, no buscaba ninguna recompensa humana, sino que hacía el apostolado y la caridad sólo por amor de Dios.
Consideraba muy importante la dirección espiritual con un sacerdote docto con el que se confesaba regularmente y consultaba en casos de duda. Llevaba una vida contemplativa en la acción porque vivía un profundo amor a Dios y en esa unión captaba los problemas y dolores del mundo. Ella tenía una dedicación total a Dios. Toda su vida estaba orientada a Él. Llevaba una vida muy sacrificada.  Ella nunca tuvo interés en otras cosas que no fueran la oración, la catequesis y la dedicación a los pobres. Virginia vivía completamente entregada a la religión y al servicio de Dios. Nos consta a las que hemos convivido con ella. Estaba totalmente entregada al servicio de Cristo. Esto era un ejemplo para todas las colegas y les movió a mejorar su vida. Varias colaboradoras en la Acción Católica testimonian: Tenía un amor tan grande a Dios y a Jesús que ella siempre me decía: “Todos los momentos de tu vida tienes que repetir ‘Sagrado Corazón de Jesús en ti confío’ y con eso se abren las puertas para todo’”. Amí me parecía que en su amor a Dios había algo fuera de lo normal. Ella vivía los sacramentos. Cuando volvía de recibir la eucaristía se notaba que estaba en otro mundo, en otra parte lejos de aquí, y cuando estaba en oración también se sentía eso. Es una cosa que a mí siempre me impresionó.Virginia destacaba en el amor a Dios. Siempre hablaba del poder de Dios, de la caridad y de todas esas cosas, para enseñarnos a nosotras que seamos por lo menos algo parecido a ella, pero ella siempre hablaba de Dios diciéndonos que siempre Dios nos estaba viendo y escuchando.

Caridad como amor al Prójimo

Los testimonios coinciden en que la Sierva de Dios fue ejemplo de bondad y de caridad a lo largo de toda su vida, de tal modo que puede ser puesta como modelo en la Iglesia. Como fruto del amor a Dios toda su vida estaba orientada a hacer el bien socorriendo a las personas en sus necesidades tanto espirituales como corporales. Se dedicó a hacer el bien e incitó a otros a hacerlo. Era totalmente desprendida para mitigar las necesidades materiales, se mostraba afable y acogedora cuando solicitaban su consejo o consuelo, no condenó a nadie sino que acogía a todos. En definitiva amaba a su prójimo tal como sentía que Dios la amaba. Su hermana Teresa y otros testigos lo declaran. Todo su afán era socorrer a los necesitados, tanto con ayudas personales, que procuraba que nadie lo supiese, como a través de las obras. Virginia centró su atención en las personas pobres y enfermas. Ayudaba a muchas personas de manera personal dando limosnas para que pudieran alimentarse, solucionar problemas económicos o cuidar y curar la salud. Mantenía económicamente a familias íntegras con una mensualidad fija e inclusive extendía esta ayuda a otras necesidades de problemas jurídicos. Les regalaba camas a las familias que vivían hacinadas, evitando de esa manera la promiscuidad. Lo hacía de manera oculta tratando de pasar desapercibida, siguiendo el consejo de Jesús: “Cuando des limosna […] que tu mano derecha no sepa lo que hace izquierda” (Mt 6, 3). Aunque las mismas personas beneficiadas lo daban a conocer y creció su fama de benefactora. Más adelante, en Bolivia, a raíz de la Reforma Agraria de 1953 las haciendas agrícolas y ganaderas fueron expropiadas, apareció la hambruna. La Sierva de Dios, al igual que otras personas, inició varios comedores populares para dar de comer a los que habían perdido sus bienes o vivían en la indigencia.

El policonsultorio El Rosario
El comedor popular

 Más adelante en 1977 con la Asociación de Mujeres Profesionales Universitarias inició en su propia casa el Policonsultorio “El Rosario” para personas enfermas con escasos recursos. Para evitar que se sintiesen humilladas, se les pedía una pequeña contribución que, aunque no cubría los costos, les daba la satisfacción de que estaban pagando por los servicios que recibían. La Asociación de Mujeres de Acción Católica sostenía los Comedores Sociales que llegaron a servir hasta 300 comidas diarias. Virginia, primero como miembro y luego como Presidenta de la Asociación, dedicaba gran parte de su tiempo y energías a buscar ayudas para mantenerlos y financiarlos. No tenía ninguna vergüenza de ir a pedir limosna para hacer beneficencia. Incluso ya en su edad avanzada con los pies lastimados por los juanetes caminaba para recaudar limosnas, evitando tomar taxis para ahorrar. Al mismo tiempo Virginia se preocupaba de socorrer las necesidades espirituales. Decía: “Hay también pobres de espíritu que necesitan ayuda, en sentido de que carecen virtudes, de fe y esperanza”. Se preocupaba de enseñar al que no sabe, dar un consejo al que lo necesita y sobre todo dar catequesis de preparación a los sacramentos del bautismo, comunión y matrimonio a toda clase personas, sobre todo a la gente campesina, a las empleadas domésticas y a las vendedoras populares. Lo hacía ya desde su infancia ayudando al P. Casimiro Morales y a las Hermanas Cruzadas de la Iglesia en las misiones que daban a los empleados de la hacienda que poseía su familia en Arani. Durante la vacación escolar reunía a los niños y les enseñaba el catecismo; les enseñaba a leer y escribir y finalmente los traía a la ciudad para que los vacunen. También se ocupaba de reconciliar a quienes estaban enemistados y de componer matrimonios evitando divorcios. Para ello empleaba la oración, el ofrecimiento de misas y las penitencias corporales como el cilicio. Daba apoyo a instituciones religiosas, particularmente a la Compañía de Jesús en la remodelación de la Parroquia y en el sostenimiento del noviciado, recibiendo por ello y por su piedad la Carta de hermandad de la Compañía de Jesús.

Virginia también ejercía la caridad con sus familiares. Fue notable el cuidado que dio a su madre, Doña Daría, que le fue confiada por su padre. Aunque ésta tenía un carácter difícil. Virginia la atendió con cariño durante muchos años hasta su fallecimiento. Además, durante unos cuatro años mantuvo en su casa a su cargo a los cuatro hijos menores de su hermana Teresa quien fue obligada a emigrar de Bolivia por razones políticas. Virginia fue una verdadera madre de los sobrinos, preocupándose de su alimentación y educación y también de su formación religiosa, inculcándole la fe y el amor a Dios, especialmente a Jesús. Se preocupaba de que hagamos las tareas del colegio. Ella seguía todos nuestros pasos, hacía de madre y de tía. Se preocupaba de todo, de que comiésemos, de que estudiemos, en fin, de todo. Teníamos una relación muy afectiva tanto que para nosotros ha sido la segunda mamá.

Las empleadas de la sierva de Dios Gregoria y Marica

La Sierva de Dios sostuvo con sus dos empleadas, Gregoria y Marica, que durante muchos años cuidaron de ella y de la casa, una relación fraternal. Me trataba como a una hermana. Siempre me decía: “Tú no eres mi empleada, tú eres mi hermana”. Y también con otras personas trataba con cariño. A gente humilde más le ponía atención. Si necesitaba de alguna cosa, remediaba; si faltaban remedios a un pobre enfermo, le conseguía; si hay personas que no tiene para recursos de bautizo a sus niños. Especial cuidado daba a los niños. Se lamentaba porque algunos niños estaban solos y no tenían a sus padres, pero todo ello con una bondad que llamaba la atención. Así lo relata una madre de familia a la que Virginia preparó para el bautismo y la primera comunión. Ella era como un ángel en esta casa. No tenía rencor a nadie, siempre era más bien, más cariñosa, más comprensiva. Siempre trataba ella de ayudar a todo el mundo, como una madre. Para mis hijos más que todo era como una madre. La Sierva de Dios se preocupaba de las alumnas que necesitaban libros, cuadernos u otra ayuda. Ella les daba para que compraran. Virginia amaba también a las personas que vivían en situaciones alejadas de la Iglesia, por ejemplo divorciadas y vueltas a casar. No las condenaba sino que las trataba con cariño y procuraba atraerlas de nuevo a la Iglesia con una actitud de compasión, comprensión y servicio. Igualmente atendía y socorría a personas que no eran católicas. Un cristiano de confesión evangélica, ebanista barnizador, que durante muchos años fue ayudado por la Sierva de Dios, quien le daba trabajo, expresa su admiración y agradecimiento por ella.

“Hemos hablado de la religión, hemos hablado acerca de la persona de Jesucristo, hemos hablado algunas veces de las cosas que nos unen y no de las cosas que nos separan, de manera que yo he considerado a la señorita Virginia, una cristiana y una hermana en la común fe cristiana”. La caridad de la Sierva de Dios era excepcional. Amaba a las personas y se identificaba con sus problemas. Muchas personas se preguntaban cuál era la motivación que tenía. Ella tenía una doble motivación, religiosa y humanitaria. Evidentemente había una motivación religiosa centrad en Cristo Jesús, modelo de caridad. Virginia no sólo tenía Jesús en su capilla, sino también en el Sagrario de su alma. Ahí se encerraba el secreto de su opción por la pobreza y la realización de las obras de caridad que llevó adelante con mucha fe, compromiso y total dedicación. Virginia solía decir que nuestra vida estaba creada para amar y servir a en los hermanos, según este lema. “No pensar en sí misma, sino negarse a sí misma y pensar en los demás y colaborar con ellos dentro de lo que el Señor esperaba y deseaba que le ayudemos”.

Si bien Virginia vivió la caridad con los pobres en el hogar familiar, sin embargo, esa caridad tan intensa que practicaba la Sierva de Dios no era espontánea, tuvo que esforzarse para actuar de manera caritativa. Siendo ya mayor en una confidencia a una sobrina le dijo: “No creas que a mí me nace así ser caritativa. No me sale espontáneamente. Para mí ha sido un gran logro llegar donde he llegado. Ahora esto me sale espontáneo, natural”.

Virginia era muy devota al Cristo Crucificado

La motivación que llevaba a la Sierva de Dios a ser tan generosa era el gran amor que tenía a Dios y a las enseñanzas del Evangelio, porque para ella era una cosa natural compadecerse siempre del que no tenía y buscar el dinero para ayudarle. Los motivos de Virginia para emprender acciones caritativas siempre han sido muy sobrenaturales, nada humanos. Ella en ese sentido lo verificaba todo, de tal manera que lo hacía por los Corazones de Jesús y de María y sobre todo por Cristo Crucificado, al que ella era muy devota. En todas sus actividades, actuaba por servir a Cristo. Realmente Virginia sufría al ver las necesidades de la gente pobre.

Muy unida a esa motivación religiosa, Virginia experimentaba en su corazón una profunda compasión. Sentía en carne propia el sufrimiento de los pobres y enfermos y se preocupaba por ayudarles. Lo hacía como una madre, capaz de sacarse la comida de la boca para dar a sus hijos. Ella no negaba a nadie su ayuda, atendía a muchas personas. Llegó a actuar con el convencimiento de que por justicia se debía socorrer a los pobres. El amor a los pobres era tan grande que lo anteponía al amor a su propia madre y a sus parientes. Primero eran los necesitados y luego sus parientes.Mostraba una caridad exquisita con los pobres. Lo hacía porque, según ella decía, en realidad nuestra vida estaba creada para servir a Dios en los hermanos.

Siempre me llamó la atención su dedicación al apostolado y a las obras de caridad. Virginia vivía profundamente la caridad y sentía el sufrimiento de las personas pobres y enfermas. Ha hecho un trabajo extraordinario y excelente en favor de los pobres […]. Como ya dije su gran preocupación eran los pobres y los enfermos. No salía mucho afuera. Su motivación era una sola cosa: el amor al prójimo. Sé que se dedicaba mucho a los pobres y a los necesitados. Siempre estaba pendiente de ellos haciendo lo que podía para recaudar limosnas y a veces sin poder caminar, pero ella seguía y seguía hasta el final […]. Virginia destacaba por su bondad. Se consideraba de toda la gente que sufría. Si tenía medios, no negaba a nadie. Ayudaba por aquí, ayudaba por allí.