Carta de agradecimiento de Alessandro Polignani Caropreso – Roma 2002

Escribo estas palabras con el fin de explicar brevemente unas impresiones que tuve y que difícilmente lograría exteriorizar a causa de mi carácter muy reservado, que ciertamente no me ayuda en mi relación con los demás; pero ahora tengo el deber de explicarlas de alguna manera, ya que creo que algo ha pasado dentro de mí que ha logrado cambiar mi vida e incluso que me ha devuelto el sentido de la vida misma. Estos son los hechos. Todo empezó cuando, después de años de trabajo, a causa de una valoración personal equivocada y también por haber sido aconsejado mal (pero esto lo entiendo ahora), dimito de la empresa y me paso a otra, que después de seis meses se va a pico. Aquí empieza mi calvario, en el cual llevo ya casi dos años, ya que al mismo tiempo también pierdo el afecto más grande, puesto que fallece mi madre, y esto me provoca un estado de desconcierto, de vacío interior que me resulta insalvable: tengo como la sensación de encontrarme en un camino descendiente en el cual ni siquiera llego a deslumbrar el fondo, y que nunca lograré remontar.

En este periodo, todo acaba me resulta estar en entredicho en mi intimidad, en mi vida, en todo lo que he hecho, sea bueno o malo; todo me parece sin sentido, ¡incluso la vida misma! Sí, no tengo reparo en confesar que algunas veces también pensé que por lo menos podría tener el valor de acabar con mi vida. Es un acto de cobardía no saber enfrentarse a las dificultades de la vida, pero hay momentos tan atormentados que no siempre es posible reflexionar con la debida lucidez, y si faltan los valores es fácil caer en tentaciones indebidas. En este caso, mi ancla de salvación ha sido la familia: el afecto de mis alegados ha sido para mí el soporte, la primera piedra sobre la cual fundar mi recuperación. Ahora puedo un “caso”, pero tal vez alguien sabrá interpretar de manera más pertinente a quien darle el merito de lo que sigue.

En el entorno de trabajo de mi mujer Olga conocimos a una señora, a la cual explicamos nuestro atormentado momento, y ella nos entregó una estampa con una oración de una tía boliviana de su marido que se había profusamente dedicado a mitigar los sufrimientos de la gente de su país afectada por la miseria, las enfermedades, los sufrimientos, y nos aconsejó rezar esa oración al menos una vez al día.

Al principio la leí con cierta superficialidad, como a menudo se leen esas oraciones que están escritas en el reverso de las estampas, luego un día cogí la estampa, me senté y empecé a leer la oración con mayor interés, prestando atención a lo que leía, al sentido de las palabras, y conforme iba leyendo sentía que algo se removía en mi interior, como si se fuese despejado ese velo que me cubría los ojos y finalmente podía vislumbrar esa luz que me habría guiado hacia la salida de ese túnel sin fondo. En esa oración encontré las palabras que buscaba, ya que exclusivamente quien se deja llevar sin reservas y sin miedo puede encontrar el coraje para luchar y para enfrentarse incluso a los momentos más difíciles; así, entre las líneas de esa oración, encontré el valor para volver a empezar, confiando a esas palabras el timón de mi vida, tanto en la borrasca como en el sosiego.

Tal y como está escrito en la oración, no tenía que hacer nada más que confiarle el timón de mi vida y dejarme guiar. Así empecé a leerla más a menudo y con mayor atención, dedicándole una breve reflexión, aunque fuera por pocos instantes, y eso se convirtió para mí en un medicamento balsámico que aliviaba ese sentido de desconcierto.

De esta manera, impulsado por esa nueva linfa vital, encontré el valor para volver y pedir, con mucha humildad, que me readmitieran en la empresa en la que realmente me había criado, ya que entré a trabajar en ella cuando apenas tenía 22 años.

No fue fácil sobreponerme a las resistencias con las que me topé, pero estaba convencido que habría triunfado ya que dentro de mí y en mi alrededor sentía la fuerza de la señora Virginia, a la que, mediante el rezo de sus oraciones, había confiado la totalidad de mis esperanzas.

Confío siempre en su intercesión y espero poderla contar pronto entre los bienaventurados.

Con afecto                                                                                                                                                                                                                                                                                                       Alessandro Polignani Caropreso

 

 

 

Roma, 31/07/2002