La Sierva de Dios vivió profundamente la devoción a Jesús en la Eucaristía y al Corazón de Jesús. Ya desde pequeña se sintió atraída místicamente por la Eucaristía.
Siendo adolescente en sus poesías entabla una y otra vez un diálogo amoroso con Jesús, contemplando y reviviendo los detalles de su nacimiento, de su vida pública y particularmente de su pasión, centrándose en el Corazón de Jesús. También promocionaba la entronización del Sagrado Corazón en las familias. El 11 de abril de 1924, Viernes de Dolores, pocos días antes de cumplir ocho años, recibió la primera comunión, dando testimonio de su amor en una bella poesía “De amor confundida me llego a tu altar”. Virginia dedicó muchas poesías al Corazón de Jesús. A la edad de 14 años después de haber hecho ejercicios espirituales, dedicó esta poesía mística a la herida de Jesús, en la que ella quiere abismarse:
¿Qué quiero… mi Jesús?
¿Qué quiero, mi Jesús? Quiero quererte
Quiero cuanto hay en mí del todo darte
sin tener más placer que el de agradarte
sin tener más temor que el de ofenderte. […]
Quiero amable Jesús, quiero abismarme
en ese dulce abismo de tu herida.
y en sus divinas llamas abrasarme.
Quiero en Aquel que quiero transformarme
morir a mí para vivir su vida.
perderme en Ti Jesús… y no encontrarme.
En un artículo, escrito en 1941, titulado “Formación sobrenatural de la dirigente”, la Sierva de Dios, como Presidenta del Consejo Diocesano de la Juventud Femenina Católica, escribía: Ama a Jesús con un corazón entero, con un corazón que lo da todo, y así le harás amar como Él quiere y como Él debe ser amado. Cree que Jesús, y sólo Jesús es la vida, y cree que la Santidad no es otra cosa sino Jesús íntimamente vivido. ¡Vivid de Él y así le daréis almas! Tenía un amor tan grande a Dios y a Jesús que ella siempre me decía: “Todos los momentos de tu vida tienes que repetir ‘Sagrado Corazón de Jesús en ti confío’y con eso se abren las puertas para todo”. En su apostolado iba por las casas de personas amigas para hacer la consagración de los hogares y de las familias al Corazón de Jesús. [Virginia] iba también con el P. Javier Segura, SJ, a hacer entronizaciones del Sagrado Corazón de Jesús en las casas. Un día en una visita le mordió un perro y casi le destroza la pierna. Tenía un amor tan grande a Dios y a Jesús que ella siempre me decía: “Todos los momentos de tu vida tienes que repetir ‘Sagrado Corazón de Jesús en ti confío’ y con eso se abren las puertas para todo”. A mí me parecía que en su amor a Dios había algo fuera de lo normal. Virginia tenía una devoción inmensa a la Eucaristía, tanto en la Santa Misa como en el sagrario. Escribió varias poesías a la Eucaristía. En una de ellas titulada “Destellos eucarísticos” se muestra como adoradora del Santísimo Sacramento y agradece a las Religiosas Esclavas del Sagrado Corazón que le transmitieron ese carisma, tal como se ve en su poesía. “En estar yo con los hombres cifro todas mis delicias”. Su deseo de estar con el Señor se mostraba sobre todo en la participación en la Eucaristía, no sólo una sino varias veces al día, así como en la fervorosa comunión en la Parroquia de la Compañía de Jesús o en otros templos. Su regocijo al participar de la Eucaristía o al sumirse en oración era signo de su íntima unión con Dios; se mostraba dichosa, al grado de despertar admiración. Además, en la capilla de su propia casa hacía diariamente oración por la noche por largo tiempo antes de acostarse. Se entregó a una vida de oración movida por el deseo de estar unida al Señor. Durante el viaje que hizo a Roma por el Año Santo de 1950 ella pasaba toda la mañana en la capilla del barco oyendo las misas y decía que se sentía muy feliz. Como miembro de la Acción Católica preparaba la organización de los congresos eucarísticos. Participó activamente en el Congreso Eucarístico Diocesano, celebrado en Cochabamba del 27 al 31 de agosto de 1941, recomendando la participación en la Eucaristía, la comunión frecuente y las visitas al Santísimo Sacramento al menos de 5 minutos diarios. Virginia Blanco. Formación sobrenatural de la dirigente. Cuando se trataba de solucionar algún problema difícil ella encargaba celebrar misas. Llegó a ofrecer centenares para salvar el matrimonio de un sobrino suyo. Varios testigos declaran cómo ella acudía diariamente a la Parroquia de la Compañía y se ponía delante, en la nave lateral, casi oculta por una columna, y allí permanecía muchas veces durante varias misas. Muchos testigos subrayan la devoción intensa a los sacramentos, muy especialmente a la Eucaristía en la que centraba su vida diaria. Para poder recibir dignamente la comunión frecuentaba el sacramento de la confesión cada dos semanas y animaba a otras personas a hacerlo. Rezaba el Rosario y hacía oración diaria por la noche ante el Sagrario en la capilla de su casa. Cuando ya no podía caminar fácilmente pidió autorización al Sr. Obispo para darse la comunión. Tenía el don de piedad y eso ella lo sabía. Que sí, que sí, (me habló de eso una vez), “tan feliz como soy en la oración, tan feliz que no me canso nunca”. No se cansaba.