Laboriosidad y mortificación

La Sierva de Dios durante toda su vida se distinguió por su laboriosidad y mortificación, que reflejan cómo ella orientaba su vida totalmente al Reino de Dios, que no es de este mundo. Virginia se distinguió por su afán de aprovechar el tiempo en trabajar por el Reino de Dios. Para ella la vida no era pasar el tiempo sin hacer nada o dedicarse a pasatiempos placenteros, como podía haberlo hecho ya que disponía de recursos económicos suficientes para vivir cómodamente sin mayores problemas. Ella ya desde niña se acostumbró a emplear disciplinadamente el tiempo y orientarlo también hacia la oración y la evangelización. Es muy notable cómo ya colaboraba en las misiones que el P. Casimiro Morales y luego las Hermanas Cruzadas de la Iglesia organizaban para las personas que trabajaban en la hacienda agrícola que la familia Blanco Tardío poseía en Arani. Cuando inició sus estudios en el Colegio de las Esclavas se distinguió por su aprovechamiento escolar, obteniendo siempre excelentes calificaciones y ayudando a sus compañeras. Si bien no se sentía atraída por los estudios universitarios, se profesionalizó como Secretaria y luego empezó a dar clases de religión en diversos colegios. En el LiceoAdela Zamudio trabajó 41 años como profesora de religión, sobresaliendo por sus dotes didácticas y por su preparación pedagógica.

Como miembro y Presidenta de la Juventud Femenina de Acción Católica en Cochabamba desplegó su capacidad de organizadora de actividades apostólicas, entre ellas los Congresos Eucarísticos y Marianos celebrado en Bolivia. Apesar de las crecientes molestias y limitaciones que le imponían sus dolenzia y enfermedades crónicas, no disminuyó su vida de oración y sus actividades apostólicas. No participaba en la

s reuniones sociales o recreaciones, salvo en casos especiales. Su horario diario era muy disciplinado y procuraba aprovechar al máximo su tiempo. Su agenda diaria estaba llena de actividades. Las obras de beneficencia que ella dirigía o en las que colaboraba le llevaban gran parte de su tiempo para buscar los recursos necesarios para mantenerlas, ya que en muchos casos lo hacía personalmente visitando a pie a las personas benefactoras. Un jesuita que la conoció en Cochabamba, la llamaba la hormiguita de oro, apelativo que refleja la actividad continua y silenziosa pero efectiva de la Sierva de Dios. Virginia continuó con la docencia de religión hasta 1978, jubilándose a los 62 años y estando aquejada por la falta de visión. Sin embargo siguió trabajando y collaborando en la educación religiosa, en la Acción Católica y en las obras de beneficencia. En abril de 1980 la Asociación de Profesores de Educación Católica en La Paz (Bolivia) concedió a Virginia el Diploma “Mención al Mérito” en “reconocimiento a su meritoria y sacrificada labor en la educación en la Fe de nuestros jóvenes bolivianos y de estímulo al testimonio vivo de su apostolado que todo profesor de Enseñanza Religiosa desea ofrecer al mundo”.

Con esa laboriosidad Virginia cumplía superabundantemente el principio bíblico de “ganarse el pan con el sudor de la frente” (Gn 3, 19; cf. 1 Ts 3, 10) que le impulsaba no estar ociosa ni perder el tiempo en actividades vanas. Pero además y más profundamente Virginia seguía el ejemplo de Jesús en su vida, siempre atento a la oración y a hacer las obras de Dios (Jn 10, 25). La Sierva de Dios asimiló y vivió esa enseñanza, reflejada en el lema de la espiritualidad ignaciana de ser contemplativos en la acción. Toda su vida fue acción y al mismo tiempo oración. Una prima de Virginia y colaboradora en el Liceo “Adela Zamudio”, subraya su ilimitada y laboriosa rutina de ayuda al prójimo: Por esta increíble dualidad de espiritualidad y gran fuerza interior [Virginia] vivía en el cielo y pisaba la tierra sin descuidar sus conocimientos de cultura, sus deberes familiares y su limitada y laboriosa rutina de ayuda al prójimo, conciliando así los hondos anhelos de su alma y sus abrumadoras tareas para con el mundo.

Unida a la laboriosidad Virginia cultivaba la virtud de la mortificación que ejercitó a lo largo de toda su vida. Fue el P. Casimiro Morales, CMF, su primer director espiritual, quien le transmitió el espíritu de austeridad y de penitencia ofrecida por los pecados propios y para fortalecer la oración por la conversión de otras personas. Este sacrificado misionero organizaba cada año misiones populares en la propiedad rural de Arani para los campesinos y sus familias. Él dormía en el suelo y hacía penitencia por el buen éxito de las misiones e invitaba a Virginia a hacerlo. Ya desde pequeña la Sierva de Dios se esforzó en realizar mortificaciones para controlar sus gustos. Se conserva una libretita con el título “Sellos celestiales”, escrita hacia 1928, en la que Virginia, de unos 12 años de edad, anotaba en una larga lista los ejercicios de mortificación que iba realizando. De manera infantil y con faltas de ortografía, va detallando las mortificaciones realizadas: Me he mortificado rezando el rosario sin apoyarme, de rodillas y en voz alta. He dormido con hebillas, que es una cosa que molesta un poco al echarse. He procurado no impacientarme esperando que entre mi hermana para acostarme. He tomado café con leche sin azúcar. No le he puesto sal al caldo aunque le faltaba […]. No he comido dulce. He tomado en el desayuno la parte que solía dejarlo. Estas mortificaciones podían parecer pueriles, pero son auténticas penitencias y en su conjunto muestran una etapa ascética muy fervorosa, vivida por Virginia en su infancia y adolescencia, que buscaba hacer siempre las mayores mortificaciones. Ella misma calificará esa etapa como “la primavera de mi vida espiritual”. Con el paso de los años, las diversas dolencias y enfermedades que padecía obligaron la Sierva de Dios a someterse a una disciplina rutinaria en cuanto a comidas y régimen de descanso, teniendo que moderar sus penitencias. Sus propias enfermedades le hicieron valorar el sentido del dolor. Ella mantuvo siempre durante toda su vida esa espiritualidad actitud de oblación, unida como estaba a Jesús crucificado por los pecados del mundo.

Un religioso cordimariano al que Virginia consultaba con frecuencia testimonia como ella perseveraba en la mortificación para vencer el cuerpo. Oraba de rodillas hasta que le dolían las rodillas. En las comidas se privaba de aquello que le gustaba. Apesar de su delicada salud seguía haciendo mucha penitencia. En tiempos de la Revolución Nacional en Bolivia (1952), cuando hubo muchos abusos y ataques contra la Iglesia, Virginia redobló sus oraciones y sus penitencias pidiendo al Señor que no hubiese más injusticias en Bolivia. Virginia hacía penitencia muchas veces como apoyo a la oración que hacía al Señor pidiendo la solución de problemas de personas en situaciones angustiosas. Su hermana Teresa, que atravesaba una crisis matrimonial, atestigua cómo Virginia se fabricaba cilicios de alambre y se los ponía pidiendo a Dios ayuda para solucionar el problema.

Gregoria, la empleada más íntima a la que Virginia trataba como hermana, refiere que la Sierva de Dios le contó confidencialmente que ofrecía muchas misas para evitar que un sobrino suyo se divorciase. También le mandó comprar una cinta para los cilicios que ella fabricaba y utilizaba para evitar el divorcio de su sobrino. Después de la muerte de Virginia, Gregoria descubrió estos instrumentos que no conocía. Esa misma empleada relata que Virginia cuando, siendo ya mayor, iba caminando a pie a pedir limosnas por las calles para sus obras sociales, a pesar de su delicado estado de salud, incluyendo los dolorosos juanetes que tenía en sus pies. Una sobrina suya declara que le ofrecieron a Virginia pagarle para hacer pedicuras y tratamientos, pero ella no quiso, porque decía que era su mortificación caminar con esos pies.

Su aceptación del dolor tiene ribetes místicos de unión con Jesús sufriente, tal como se ve en una estampa con una poesía manuscrita de Virginia, donde Jesús le habla y le invita a unirse a su sufrimiento:

 

Sufre, pues por ti sufrí,

y cuanto adverso te viene

sabe que así te conviene,

pues todo depende de mí.

Tu ingratitud me clavó;

tu impiedad me puso así,

nadie como yo sufrió,

y pues todo es por tu bien.

Bebe una gota por quien.

un cáliz por ti bebió.

 

Un sobrino suyo y una religiosa amiga relatan la manera cómo la Sierva de Dios en su peregrinación a Roma y a Jerusalén vivió la unión con la pasión de Jesús a través de la penitencia, queriendo subir de rodillas la Escalera Santa y también al Calvario, respectivamente.