Prudencia

Virginia era bien consciente de la importancia de la prudencia dentro de las virtudes cardinales.

Ella lo tenía por norma y se esforzaba en ser muy prudente en sus decisiones de acuerdo a la importancia de las mismas. Nunca tomaba decisiones apresuradas. Se daba su tiempo y consultaba con otras personas. En temas de conciencia buscaba a algún sacerdote docto para que aconsejase. También sabía encontrar las circunstancias propicias para realizar las decisiones tomadas. Virginia a la hora de tomar decisiones importantes no se dejaba llevar por sus instintos o por sus sentimientos espontáneos. Se esforzaba por encontrar decisiones correctas en su vida, en sus actividades apostólicas, en sus relaciones familiares y con otras personas. Siempre buscaba la coherencia con la fe católica y la fidelidad a la Iglesia, ponderando las circunstancias concretas en las que se desenvolvía. Dedicaba tiempo para hacer un adecuado discernimiento en la oración, tratando de encontrar la voluntad del Señor y no dudaba en buscar el asesoramiento de su director espiritual o de otras personas. Ello también contribuyó a que otras personas acudiesen en busca de consejo.

la Serva de Dios Virginia Blanco

Ella, además de ser una mujer preparada, era paciente, comprensiva y de trato humano, y ofrecía siempre sabias respuestas.

Varios testigos muestran cómo Virginia valoraba la prudencia como la suprema virtud cardinal. Su prudencia se hizo también visible en el modo de reprender y de evangelizar; se mostrò firme y decidida al llamar la atención o al manifestar sus opiniones, pero siempre tuvo cuidado al expresarlas. Muchas personas que conocían la sabiduría de la Sierva de Dios la consultaban en temas relacionados con la religión, con las costumbres o con la vida cotidiana. Virginia no rehusaba tratar de temas delicados de moral, pero siempre lo hacía con altura. En cuestiones serias de moral o de dogma no respondía rápidamente, sino que se tomaba tiempo para pensar y en su caso consultar escritos o preguntar a sacerdotes doctos o incluso al mismo obispo. En cuestiones políticas donde ella sabía que había posiciones opuestas muy polémicas, prefería no comentar, ya que tampoco conocía a fondo las controversias.

Cuando conocía alguna falta de las personas con las que ella trataba, nunca lo comentaba a otras personas .

Si sentía la obligación de avisar a la persona que habría cometido la falta, sabía encontrar el momento mejor para hacerles razonar y darse cuenta de los errores. Lo hacía en privado y nunca con dureza, sino con mucho respeto y amor. Por eso sus observaciones eran en general eran bien recibidas. Cuando ella se daba cuenta de que había ofendido a alguien no tenía reparo en pedir perdón. Muchos testigos alaban esa cualidad de Virginia como mujer prudente.

Un dirigente de Acción Católica da su parecer: Virginia era la persona más prudente que he conocido. En la larga vida que hicimos dentro la Acción Católica no recuerdo que ella hubiese tenido expresiones que en alguna medida podrían, sino haber ofendido, por lo menos puesto en alerta a otras personas. Siempre tenía una palabra muy prudente con mucha caridad en el fondo. Una señora que asistía a las clases de religión de la sierva de Dios cuenta una anécdota ilustrativa: Un día me llamó la atención diciéndome: “Helbita, ven un momento, ven un momento que te quiero decir algo. Tú ya eres una persona con 4 hijitos, aunque todavía eres joven de verdad, pero, te digo que alargues tu vestidito un centímetro más”. Y eso con mucha delicadeza, sin herir a la persona, sin herir ni avergonzar a la persona, sino en forma de chiste. Ese don tenía la señorita Virginia.